jueves, 1 de enero de 2009

Cómo espantar a la persona que nos atrae...

No sabía que el autor preferido de mi hija menor (Luis María Pescetti: http://www.luispescetti.com) había escrito cosas tan piolas para adultos:



La necesidad de afecto nos hace sentir como si estuviéramos en un desierto, por eso es que al encontrarla sentimos que llegamos a un verdadero oasis…
La pregunta es: ¿Qué hacemos con los camellos?

Ansiedad y absorbencia

Con la desesperación no se resuelve nada. Para resolver las cosas hay que enfrentar el problema, dedicarle tiempo y mucho esfuerzo… yo prefiero la desesperación.
Testimonio: Alicia, de Rosario

Si uno es muy ansioso hay que saber controlarse. Si la persona siente que nos abalanzamos sobre ella con una enorme demanda amorosa se va a asustar y se va a mostrar retraí­da porque va a sentir que nos la tragamos, que ella nos ofreció un ratito de su tiempo y nosotros le estamos agarrando el calendario. Eso si uno es muy ansioso, ahora bien, si uno es como yo… es inútil intentar nada, de todas maneras se va a asustar.Cuando uno es muy absorbente es capaz de perseguirse con cualquier cosa que haga el otro, interpretándola, inmediatamente, como que ya nos está queriendo menos. Bastará con que el otro se quede un ratito callado para que el demandante pregunte:

¿En qué pensás?
En nada.

Dale decime.
No, en nada, de verdad.

¿Por qué no me querés decir?
No es que no te quiera decir, no estaba pensando en nada.

En algo estarí­as pensando ¿o me vas a decir que estabas con la cabeza en blanco?
No, no estaba pensando nada importante.

¿Y cómo sabés que no era importante? A lo mejor no era importante para vos pero para mí­ sí­, dale contame…
Era una taradez, ni me acuerdo.

¿No te acordás de qué era, pero te acordás que era una taradez? Eso está medio raro…

Y así­ un millón de veces etcétera, porque, en la pareja el único caso en el que es lindo estar encima del otro es en la cama (e incluso ahí­ no siempre, ¿no?).

Si a los absorbentes no nos dan toda la bolilla que queremos… nos sentimos abandonados. A lo mejor la otra, pobre, está con un rollo en la cabeza o cansada o distraí­da y entonces, como no sentimos que está fulgurante por nosotros, nos sentimos abandonados. ¿Y qué hacemos cuando nos sentimos abandonados? Nos alejamos para castigarla. La otra (el otro, seamos ecuánimes y de paso disipemos un poco) que ni nos abandonó ni se dio cuenta de todas esas extrañas elucubraciones que estuvimos haciendo no sabe, no entiende, por qué nos mostramos más frí­os o ponemos esa cara de ahorcado de ópera.Si, en el peor de los casos, el otro es parecido a nosotros (muy en el peor de los casos) se sentirá abandonado y nos castigará alejándose y poniendo cara de ahorcado de ópera.

Sí­ndrome de Wall Street

La suma de medidas que tratan de evitar lo peor equivalen a lo peor.

Y si uno se siente abandonado y está poniendo su mejor cara de ópera y ve que el otro también se aleja herido (mientras ensaya unas expresiones que vio en una pelí­cula japonesa) es muy frustrante, porque no hay nada peor que sentirse ví­ctima de alguien que en vez de sentir que fue injusto con nosotros siente que es nuestra víc­tima. Eso es fatal, terrible (recuerden que para una ví­ctima no hay nada peor que otra ví­ctima), porque una buena ví­ctima necesita un mí­nimo de audiencia, de compasión ajena. Nadie es ví­ctima para sí­ solito. Nadie es ví­ctima sin un miligramo de público aunque más no sea. No sé… un chofer, el panadero, alguien a quien despeinar con un suspiro, alguien a quien brindarle una cara compungida de las buenas. Pero ví­ctima así­ al pedo, para nadie, no, es una locura.

Pero no nos distraigamos, volvamos a la ansiedad en el amor o, caso contrario, en el matrimonio. En el amor hay que tener la cabeza frí­a (por decir una parte del cuerpo). No tan frí­a que el otro sienta que salió a comer con Walt Disney, pero sí­ un poco frí­a. Pero eso no es fácil. Vamos a un ejemplo. Conocés a alguien y, si más o menos calculás que puede llegar a gustarte, le decí­s: Hola me llamo Luis ¿Me darí­as tu teléfono por las dudas? ¿O bien es conveniente esperar el fin de la reunión? Una vez que te dio su teléfono, ¿le hablás enseguida o por lo menos esperás que llegue a su casa?

Yo soy de los del primer grupo, no me aguanto. Mi capacidad de autocontrol es nula, un coche cayéndose a un precipicio tiene más domino de sí­ mismo que yo. Hay gente que tiene una sangre frí­a impresionante, como Clint Eatswood, esperan que pasen un par de dí­as y luego hablan, tranquilos sin andar revelando tanto el juego, en cambio yo juego con las cartas dadas vueltas: el contrario las ve y yo no. De puro ansioso soy capaz de llamarla antes de que ella alcance a salir de la fiesta.

Hay que aprender a no ser tan evidente con las propias intenciones, a saber ocultar un poco nuestros deseos… (claro, siempre tratándonos de acordar de qué es lo que querí­amos hacer con ella). Saber controlarse en el juego amoroso parece que es algo básico. Yo la única manera que encontré para saber si estoy haciendo las cosas bien o mal es imaginarme a Clint. Pienso qué harí­a él en mi lugar y trato de imitarlo. Con el único inconveniente de que mi guí­a-espiritual-de-comó-hay-que-ser-en-el-amor no es el Clint Eatswood de la realidad sino el que pasa por el filtro de mi cabeza, lo que yo fantaseo. ¿Se dan cuanta de lo ilógico de esa esperanza? Es como aparecer sentado en los comando de Boeing y pensar: Veamos ¿qué harí­a un piloto en mi lugar?

¿Se pueden imaginar qué sale de lo que vi en las pelí­culas, más lo que yo recuerdo que vi, más lo que quisiera hacer (besarla, saltarle encima), más lo que me gustarí­a que ocurra (que ella me bese, que me salte encima), más lo que yo me imagino que harí­a ese personaje imaginario en mi lugar real para lograr que suceda lo que deseo? El resultado se podrí­a describir en algo así­ como: todo lo contrario.

Coeficiente de fuga del objeto deseado

Lo que uno quisiera hacer, sumado a lo que le gustarí­a que pasara dividido por las posibilidades reales de que eso suceda, multiplicado por uno mismo, es un número destinado al fracaso.

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